Latina

OZ AMOS - CONOCER A UNA MUJER

Es- ta frase le producía siempre irritación, odio casi, no hacia Lublin sino hacia Ibriyya. Yo no me mezclo en tus asuntos y no quiero reñir contigo, pero

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Amigos que me siguen

En estas imagi- naciones introducía a veces en su cabaña del bosque a una mujer-sirvienta esquimal, silenciosa y sumisa como un pe- rro. Para entrar en las vísceras de Israel es necesario cruzar el umbral de la casa de Amos Oz. Y aunque no quedaba en la habitación luz alguna por apagar, Yoel atravesó la apartamento en silencio y cerró la puerta sin hacer ruido. Al princi- pio trataron de reanimarlo, incluso le palmearon las mejillas con fuerza. Como solía actuar. Yoel renunció tam- bién a sus pensamientos, dejó de aventurar con los dedos y des- cansó las manos entre las rodillas como si buscase acaloramiento. De todas formas, él había pensado hacerlo este verano empero no tuvo tiempo.

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Datos personales

Empero la obedeció; se subió el cuello y se bebió el coñac de un largo gorgorotada. Ella colgó en las paredes las fotografías de sus poetas hebreos preferidos: Steinberg, Altermann, Lea Goldberg y Amir Gilboa. Tam- bién Abigail, a pesar del luto, se unía a veces a ellos para ver el informe semanal; su rostro época el de una campesina eslava, fuerte, irradiando bondad, decidida y sin componen- das. Le exigió que suspendie- ra sus viajes o, por el contrario, que viajase de una vez para siempre. Tal vez ha sido suspendido de sus funciones en tanto se lleva una investigación contra él y por eso lo han puesto en el frigorífico. Antes de llegar al interior de la casa ya habían cesado los jadeos y las convulsiones y comprendió que esta vez el ataque había sido leve. No pensaba en mí.

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Descripción:

Una mujer reía. Cerró los luceros y se quedó inmóvil, abatido de es- paldas, queriendo llorar. Al parecer, Ibriyya juzgó que no había suficiente luz. Días antes del comienzo del lapso escolar se presentó el brete de Neta. Entró en apartamento y se acordó de acarrear consigo el transistor, el álbum, las gafas redondas de albarda negra; sabía que había olvidado algo, pero no podía asemejarse qué. Compró de nuevo La señora Dalloway, que había libertino en Helsinki, pero se le hacía difícil terminarla. Una tiempo telefoneó un chico joven, de voz vacilante, educado y casi asustado, y pidió hablar con Neta. A veces se levantaba a la una de la mañana casi —lo que no le ocurría en los viajes— y, rodeando la franja de luz que se filtraba bajo la puerta de Neta, llamaba suavemente a la puerta del estudio y le ofrecía a su mujer una bandeja con bocadillos y un vaso de zumo sacado de la fresquera. Colonia agrícola.

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